Finaliza marzo y mi humor comienza a cambiar.
Es constante y cíclico. Entre el 24 de marzo y el 2 de abril
todos los fantasmas y criaturas satánicas que convenientemente son mantenidas a
raya durante los 356 días restantes cada año entran a atacar mi cabeza pugnando
por salir y agredir a los que me rodean.
El aniversario del golpe de Estado de 1976 y el de la
aventura de Galtieri por recuperar nuestras legítimas Malvinas me atraviesan
por igual. Con dolor y bronca por la mentira.
En el caso del golpe, justificado por el decreto de Luder
pidiendo la exterminación de la subversión, porque con la excusa de terminar
con el gobierno de Isabel Perón que ya se caía solo, la Junta Militar tomó el
poder y se dedicó a eliminar todo lo que fuera DISTINTO.
Y en el caso de Malvinas porque tomaron una reivindicación
que es legítima desde sus inicios y la convirtieron en la masacre de muchos de
nuestros jóvenes en aras de justificar un gobierno militar y de facto que cada
vez contenía menos a los argentinos.
Deberían bastar estos dos terribles ejemplos como para que
los jóvenes SUPIERAN que los militares no pueden gobernar nada.
Mi dolor ha pasado por diferentes estadios.
Tengo cincuenta y ocho años y en el 76 veintidós. He sentido
la reivindicación en muchos corazones el 10 de diciembre del 83 y también he
visto el Juicio a las Juntas y cómo estos temas iban ocupando diferentes
agendas en lo gubernamental, sabiendo que para ningún gobierno de la noche a la
mañana es fácil sacarse de encima tanto asesino militar y tantos cómplices
civiles sueltos.
He compartido la emoción de muchos ante la decisión real y
concreta de hacer justicia y que se conozca la verdad de lo sucedido en los
“años de plomo” en la Argentina toda, y cómo fue encabezada por los Kirchner.
Por eso mismo ¡cómo me duele ver a tanto reaccionario, tanto
traidor, tanto infiltrado en las marchas de los desaparecidos!
Me duele tanto sentir cómo jóvenes que jamás se van a ocupar
nunca de lo que le pasa al prójimo, pibes, y no tan pibes, que del 3 de abril
al 23 de marzo se van a cagar en lo mal que viven algunos a su alrededor, hoy
se me acerquen y me pongan la mano en el hombro mientras miramos fotos en una
exposición por los 36 años.
Seguramente podría darme vuelta y mandarlos al carajo, pero
la verdad tengo miedo que se enteren los que usted sabe y me canten “el que no
salta es un represor”.
Daniel Jorge Galst